Es fácil
decir que amamos a alguien cuando no medimos las consecuencias de esta simple
pero fatal afirmación. Simple porque tenemos la tendencia de confundir
emociones con sentimientos y a dejarnos arrastrar por la pasión arriesgándonos
a hacer una solemne declaración de amor eterno, inquebrantable e imperturbable,
cuando en realidad estamos siendo víctimas y prisioneros de una sobredosis de neurotransmisores
que nos nublan el juicio y nos alteran la calma. El común síndrome de las
hormonas alborotadas, que finalmente nos confunde al punto de no distinguir una
atracción física, química o sexual de la empática compatibilidad de caracteres
que podría llegar a convertirse en una relación intima y comprometida e
incluso, si ambos se esfuerzan mucho, hasta podríamos ambicionar a que de esa
emoción nazca un sentimiento que podría evolucionar y construirse en amor.
Pero no se
asusten, porque el amor es la cosa más sencilla y más natural del mundo ya que
amar, realmente estar-en-amorado, no es difícil, un poquito complicado quizás,
pero una de las empresas más satisfactorias si es llevada a cabo con
responsabilidad y entrega. De ahí que la confianza sea un factor implícito,
indispensable e irrenunciable de la relación amorosa.
No es
posible pretender, amar o intentar convencer a nadie de que lo amamos si no
confiamos en esa persona, simplemente porque para llegar a establecer una
relación en-amorada, tenemos que estar investidos e involucrados en el mismo
amor, el mismo espacio de “lo nuestro”, los mismos códigos y lenguajes que
garantizan una comunicación abierta y fluida, en pocas palabras,
estar-en-el-mismo-mundo con un otro que es mas nuestro que de la alteridad,
porque lo conocemos lo suficiente como para reclamarlo como propio; no porque
sea un juego de posesiones, sino porque es un acuerdo de pertenencias.
Estar-en-amorado
es por encima de todo juramento y más allá de cualquier papel, contrato,
sentencia, embobamiento o expresión de afecto, atracción, delirio o embriaguez
de endorfina, dopamina y serotonina; el amor es el resultado del compromiso
mutuo, acordado y explicito de pertenecernos, de entregarnos mutua y
abiertamente en un espacio de romántica sinceridad donde no hay nada que temer
ni nada que ocultar.
No hay
miedo porque dentro del mundo de “lo nuestro” nada puede hacernos daño puesto
que nuestra pareja nos conoce y nos ama tal como somos, convirtiéndose así en
el depositario de las claves para nuestra felicidad o nuestra desgracia, sabe
tanto de nosotros que ha comprendido que un gesto suyo o una palabra puede ser
aliento de vida o herida mortal, y claro, dentro del acuerdo que implica el
contrato conyugal consciente e inconsciente, no podría ni de chiste lastimarnos
porque sabe exactamente donde nos duele y como herirnos, lo cual quiere decir
que si me ama no va a propiciar o permitir que yo sufra, porque mi dolor es su
dolor en virtud a la empatía que nos interconecta, entretejiendo mi bien-estar
al de mi pareja.
De la misma
forma, no existen secretos, aun cuando debería respetarse la privacidad que
sostiene la subjetividad particular de cada sujeto, así yo puedo habitar en el
mundo de “lo mío” y tú puedes convivir con el mundo de “lo tuyo”, enriqueciendo
con este espacio de crecimiento personal la complejidad, riqueza y diversidad del
mundo de “lo nuestro” e incluso proveyendo a la pareja de la valiosa
oportunidad de extrañarse, pensar en el otro sin que él esté, apreciarlo
aprovechando la perspectiva que nos regala la distancia. Sin embargo y
justamente porque compartimos el espacio más íntimo de nuestra propia esencia,
es que en ese mundo de “lo nuestro” donde yo puedo ser yo misma, existo y
habito porque me amas, me aceptas y me respetas tal como soy; es porque no
deberían existir secretos y mucho menos mentiras. Primero porque serían
inútiles ya que mi pareja me conoce demasiado como para que, aún si quisiera,
yo pueda ocultarle algo y segundo porque si he decidido compartir mi vida con
alguien, en realidad debería compartir mi vida, descubrir mis temores, revelar
mis defectos, entregar mis armas, descifrar mis paradigmas, aportar mis sueños
y construir mis ideales conceptuados, concienciados y conjurados en ese
espacio-entre-dos.
De aquí que
el primer paso para decir que nos estamos-en-amorando sea la confianza, porque
si no confiamos en el otro, si no creo en mi pareja, si no vivo con él, en esta
interjección inclusiva de intimidad invulnerable y serena, como podría decir
que lo amo, o que estoy compartiendo mi vida si incluso en nuestro espacio
tengo recovecos ocultos de dudas, temores y escondidas agendas. Escuche en una
película que para la antigua cultura árabe que, “entre un hombre y una mujer,
solo existe luz”; y deben tener razón porque algo tan inmenso, extraordinario y
mágico como el amor no podría existir si no es en este intersticio sagrado del
reflejo de luz divina, alojado en nuestros corazones para decirnos que sí
existe la dicha, la serenidad y la esperanza. Porque como Dios amó al mundo,
así nos ha dado la capacidad para amarnos los unos a los otros y entender la
vida en ese espacio-entre-dos, que no existe realmente, porque cuando dos se
aman siguen siendo dos y aun al mismo tiempo, embebidos y trasmutados en esa
luz de amor, trascienden como uno.
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