viernes, 15 de octubre de 2010

EL VALOR DE ECHAR RAÍCES

Muchas veces nos preguntamos a dónde está yendo nuestra sociedad ya que cada día más se vuelve obvio que estamos enfrentando una crisis de identidad y de valores que empieza a afectar el tejido mismo de la cultura. Y es que en demasiados casos, la familia ha perdido su función primordial de formar sujetos adaptados y ciudadanos respetuosos de la ley. La familia es un sistema que estructura al sujeto en la interacción entre los miembros de la constelación familiar, es el lugar de la definición de valores morales, éticos, espirituales, religiosos, etc. propios y particulares de la cultura familiar. Todo sistema debería permanecer en un estado de constante crecimiento y evolucion. El proceso familiar no puede o no debería permanecer estático.

De esta manera la situación de las familias en el Ecuador ha sufrido trastornos que han obligado a que el concepto de familia se modifique y redefina para ajustarse al incesante cambio en las condiciones de vida. De acuerdo con las estadísticas cada vez más niños viven en familias monoparentales (padres, madres solteros/as o tutores) debido a factores como la migración, el alto índice de divorcios, la falta de compromiso en las relaciones y la pobre educación sexual. Encontramos así embarazos no deseados, hijos abandonados o maltratados, niños de padres divorciados, hijos de migrantes y muchos otros casos en los cuáles el denominador común es la falta de sentido de pertenencia que va menoscabando la capacidad de estos niños para desarrollar una identidad y un sistema de valores propio.
La historia define el destino y el futuro de los seres humanos tanto cultural, familiar e individualmente; un niño que tiene raíces familiares fuertes y que ha crecido sintiéndose parte de un colectivo social con valores definidos puede en un futuro hacerse de un eje moral y ético propio e inquebrantable que mantiene coherencia con el sistema moral de su familia de origen. Dime con quién andas y te diré quién eres, es una de las frases con que la sabiduría popular da cuenta de la importancia del medio en la formación del sujeto, y sería por ende, muy pretencioso de nuestra parte pretender que los primeros y más importantes años del crecimiento y aprendizaje de los niños, los cuáles los pasan dentro del contexto familiar, no determinan el tipo de persona, sujeto, profesional, compañero, amigo, pariente, cónyuge y ciudadano en quien este niño llegará a convertirse.
Los padres deberían pensar en que cada una de sus actitudes es potencialmente un ejemplo definitivo y en muchos casos irreversible de la forma en que sus hijos aprenderán a entender sus vidas. De aquí que sea tan importante consolidar una familia estable al momento de emprender la delicada tarea de traer un niño al mundo y de inscribirlo en una cultura. Se ha pensado que una familia para ser idónea solo requiere de los elementos tradicionales, es decir; padre y madre casados legalmente, hijos planificados y una economía sustentable, pero la realidad nos muestra que es posible tener una familia igualmente estable, saludable y funcional, aun cuando estos elementos se vean ligeramente modificados. Una madre soltera, un padre divorciado, una abuela que cuida de sus nietos, tíos, primos, hermanos o vecinos a cargo de la crianza de niños dejados a su cuidado, estos y muchos ejemplos más, son modelos diferentes pero igualmente importantes de familias. La familia es ahora un grupo humano que comparte un techo, el cuidado y la preocupación del uno por el otro, la cotidianidad de una vida compartida y una economía grupal. Este concepto tan amplio nos permite adaptarnos a los cambios fundamentales de la familia en esta época, y también nos deja percibirnos como miembros fundamentales de un sistema familiar, no importa cuántos o cual sea la situación legal de sus miembros. Familia es familia y sea cual fuere la constelación, toda familia tiene la obligación fundamental de darle a los niños un hogar, un lugar seguro donde sean aceptados tal y como son, el espacio del amor incondicional que es característica propia y privativa del amor parental. Además, la familia es el lugar de la estructura, de la vivencia, reflexión y comprensión de la ley; una vez asegurada la incondicionalidad de los afectos, podemos avocarnos a la permanente tarea de exponer a los chicos a la vivencia de la ley, un sistema de valores que se experimenta en la cotidianidad del espacio domestico y que se convierte en la forma “normal” de relacionarnos con el mundo. Esta ley, este sistema ético, filosófico y moral, no sólo exige que los niños crezcan aprehendiendo la necesidad de respetar los límites de nuestros deseos y necesidades, la importancia de considerar los derechos de los demás con la misma medida con que observamos los nuestros, sino que al unísono y en sincronía con la sujeción a una o varias restricciones, también se cristaliza la noción de que esa ley que me limita, también me protege y cobija. Es de esa certeza que nace la posibilidad de descubrir una identidad propia y particular donde al amparo de una ley que es estructural y estructurante, los niños crecen madurando en sentido de convivencia familiar y consciencia social porque son habitantes de un mundo que reparte igualitariamente en deberes y derechos que son aplicables para todos. Cómo dicen los viejitos, las reglas claras y el chocolate espeso.

Sin embargo, con esa nueva moda del chocolate light, también se han ido arruinando las herencias familiares, la relativización de los valores y la falta de compromiso de muchos dizque padres, ha hecho que un porcentaje considerable de niños crezca en un ambiente de leyes flexibles, valores interpretativos, conceptos a conveniencia y progenitores intermitentes. Estamos tan ocupados intentando seguirle el paso al ritmo apresurado de la vida moderna, que nos olvidamos de que en casa está la herencia más valiosa que un ser humano puede dejarle al mundo; su huella en la historia, la traza de su inmortalidad, su vida misma perpetuada en sus hijos.
Ojalá nos diéramos cuenta a tiempo de que los hijos son si apenas, prestados, y que demasiado rápido se nos pasa el tiempo en que podemos hacer una marca importante, vital y trascendente en su mitología personal, los hijos, cuan simple es hacer de ellos seres humanos de provecho, y cuán fácil es meter la pata y arruinarles la vida. A la final cada padre o madre decide como aprovechar esa pequeña estela del milagro divino, y resuelve dar vida o muerte a la realidad de su descendencia. Ser padres no es un accidente, un desliz, un sacrificio o una carga, es la oportunidad de asistir a Dios en el milagro de crear una vida. Ser padres no es un derecho, es un privilegio.

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