Pasa el tiempo y los minutos se aceleran para llevarnos al inexorable
e inevitable encuentro con el fin… Todos los segundos se extinguen, los
años se acaban y las historias deben, por pereza o necesidad, escribir
su última página. Pero entonces, si el fin es un elemento común a todo
comienzo y la muerte es una parte cotidiana de la vida; ¿por qué le
damos a cada final un lugar de tanta importancia? ¿No será que
necesitamos las conclusiones para clausurar los errores que no
terminamos de comprender y mucho menos queremos enfrentar o corregir?
¿Será que es más fácil dar por terminado aquello que nos causa demasiada
dificultad o que no quisiéramos que hubiese sucedido de esta u otra
manera?
Vivimos pensando en cómo hacernos la vida de cuadritos, caminamos evitando hacer lo que debemos para terminar remendándolo al apuro y a regañadientes, nos quejamos cuando deberíamos inventarnos soluciones, y nos justificamos en lugar de aceptar nuestros errores, perdonar nuestros defectos y enmendar nuestras faltas.
En resumen somos más culpables que creyentes, menos emprendedores que pesimistas y más narcisistas que humanistas. Como leía en mi querida Mafalda, tenemos más problemólogos que solucionólogos y esta premisa es tan cierto casa adentro como puerta afuera. Hogares y oficinas tiemblan bajo la tiránica dictadura de la epidemia depresiva de los muchos que se niegan a defender sus propias vidas y se resignan a una rutina de sobrevivencia mediocre, agotadora y aplastante.
Claro que el mundo es ancho y ajeno, cuando seguimos considerándonos visitantes de un credo que no termina de convencernos, ciudadanos de un país que debería pagar por el honor de contarnos entre sus residentes, o huéspedes de un planeta que no nos pertenece y que torturamos contaminando sin consciencia de Dios ni ley.
Si lo piensan detenidamente se darán cuenta de que los seres humanos somos una especie realmente interesante; no aceptamos nuestro origen salvaje, primitivo o instintivo y sin embargo vivimos intentando descubrir el animal que supuestamente llevamos dentro de la personalidad o fuera del horóscopo, da igual; sin darnos cuenta de que, de existir, nuestro animal totémico es probablemente todo un zoológico de impulsos incoherentes y decisiones abrumadoras, porque no es un animal verdadero sino un constructo imaginario demasiado moderno, arrogante e irreverente como para ser perfecto. Somos, vale la redundancia, más básicos de lo que quisiéramos aceptar pero menos animales de lo que nos convendría practicar. Al fin y al cabo, los animales de piel y hueso, los que aun viven en estricta lealtad a su antigua naturaleza, poseen algo que los supuestamente racionales, seres humanos pedimos a gritos; paz.
El equilibrio está en aceptar que tanto la naturaleza de nuestro mundo interno como del entorno que nos rodea, es tal y como es, podemos intentar modificarlo, acomodarlo, adecuarlo o decorarlo para sentirnos más cómodos; es posible y factible dejarnos arrastrar por la creatividad que es uno de los pocos destellos divinos que nos queda, e intentar hacer de nuestra existencia una praxis revolucionaria que a la larga corre el serio riesgo de cambiar el mundo; pero para eso se necesita tiempo, momentos de compromiso incondicional e inmutable concentración que por ahora son demasiado difíciles de agendar y aun más complicados de consumar. La vida pasa, lamentablemente, demasiado a prisa…
El apuro nos consume, pero terminamos siempre en el mismo lugar en donde iniciamos nuestra accidentada travesía; en los confines desolados de una pequeña esperanza que nos promete dicha, tranquilidad o felicidad, sin que tengamos la sabiduría para detenernos a contemplar la inmensidad de nuestra alma eterna ni el valor para cambiar la fatalidad de nuestra efímera existencia.
Que insignificantes son nuestros más tortuosos conflictos y que ridículas parecen las mejor estructuradas de nuestras terrenales ambiciones, cuando nos detenemos una fracción de un segundo a contemplar la extraordinaria naturaleza del universo. Si nada podemos decir del sobrecogedor ballet cósmico que nos rodea, como pretendemos exhalar una idea coherente acerca de lo ominoso del sentido de nuestra existencia o la razón de nuestra perseverancia. Nadie sabe a excepción de Dios la razón exacta de nuestro paso por este mundo, y nadie más que Él decide cuando y donde acabarán nuestros desvaríos. Pero mientras, es urgente dejar de magullar nuestras supuestas desventuras, renunciar al efervescente placer de ahondar nuestras diferencias; es decir, ponernos a dieta de chismes y contiendas, y hacernos cargo de la trascendental objeción a nuestra inmortalidad; nuestra propia necesidad de autodestrucción.
Deberíamos dejar de esperar y empezar a hacer, buscar las salidas y disfrutar de los laberintos, aprender a reír porque ya lloraste lo suficiente, dejar de preguntarte ¿por qué? buscarle un sentido y dominar el ¿cómo? Quizá si nos damos cuenta de que nuestro destino nos pertenece entenderíamos que cada obstáculo implica una enseñanza y podríamos aprovechar las dudas para saber que cualquier cosa es posible, lo importante no es intentar sino lograrlo.
Y si necesitas un final que justifique tu comienzo, recuerda que este año viejo está exhalando sus últimos estertores y que ya mismo es primero de enero. Así que deja de preocuparte y ocúpate, vive el presente porque el pasado ya fue y el futuro aún no llega; entonces sólo tenemos un segundo, ESTE SEGUNDO, lo demás es historia o fantasía. Ahora, en este instante, cierra los ojos e imagina tu vida tal como la deseas, despierta, sonríe y escoge ser feliz; porque si te decides el primer día del resto de tu vida, podría ser HOY.
Vivimos pensando en cómo hacernos la vida de cuadritos, caminamos evitando hacer lo que debemos para terminar remendándolo al apuro y a regañadientes, nos quejamos cuando deberíamos inventarnos soluciones, y nos justificamos en lugar de aceptar nuestros errores, perdonar nuestros defectos y enmendar nuestras faltas.
En resumen somos más culpables que creyentes, menos emprendedores que pesimistas y más narcisistas que humanistas. Como leía en mi querida Mafalda, tenemos más problemólogos que solucionólogos y esta premisa es tan cierto casa adentro como puerta afuera. Hogares y oficinas tiemblan bajo la tiránica dictadura de la epidemia depresiva de los muchos que se niegan a defender sus propias vidas y se resignan a una rutina de sobrevivencia mediocre, agotadora y aplastante.
Claro que el mundo es ancho y ajeno, cuando seguimos considerándonos visitantes de un credo que no termina de convencernos, ciudadanos de un país que debería pagar por el honor de contarnos entre sus residentes, o huéspedes de un planeta que no nos pertenece y que torturamos contaminando sin consciencia de Dios ni ley.
Si lo piensan detenidamente se darán cuenta de que los seres humanos somos una especie realmente interesante; no aceptamos nuestro origen salvaje, primitivo o instintivo y sin embargo vivimos intentando descubrir el animal que supuestamente llevamos dentro de la personalidad o fuera del horóscopo, da igual; sin darnos cuenta de que, de existir, nuestro animal totémico es probablemente todo un zoológico de impulsos incoherentes y decisiones abrumadoras, porque no es un animal verdadero sino un constructo imaginario demasiado moderno, arrogante e irreverente como para ser perfecto. Somos, vale la redundancia, más básicos de lo que quisiéramos aceptar pero menos animales de lo que nos convendría practicar. Al fin y al cabo, los animales de piel y hueso, los que aun viven en estricta lealtad a su antigua naturaleza, poseen algo que los supuestamente racionales, seres humanos pedimos a gritos; paz.
El equilibrio está en aceptar que tanto la naturaleza de nuestro mundo interno como del entorno que nos rodea, es tal y como es, podemos intentar modificarlo, acomodarlo, adecuarlo o decorarlo para sentirnos más cómodos; es posible y factible dejarnos arrastrar por la creatividad que es uno de los pocos destellos divinos que nos queda, e intentar hacer de nuestra existencia una praxis revolucionaria que a la larga corre el serio riesgo de cambiar el mundo; pero para eso se necesita tiempo, momentos de compromiso incondicional e inmutable concentración que por ahora son demasiado difíciles de agendar y aun más complicados de consumar. La vida pasa, lamentablemente, demasiado a prisa…
El apuro nos consume, pero terminamos siempre en el mismo lugar en donde iniciamos nuestra accidentada travesía; en los confines desolados de una pequeña esperanza que nos promete dicha, tranquilidad o felicidad, sin que tengamos la sabiduría para detenernos a contemplar la inmensidad de nuestra alma eterna ni el valor para cambiar la fatalidad de nuestra efímera existencia.
Que insignificantes son nuestros más tortuosos conflictos y que ridículas parecen las mejor estructuradas de nuestras terrenales ambiciones, cuando nos detenemos una fracción de un segundo a contemplar la extraordinaria naturaleza del universo. Si nada podemos decir del sobrecogedor ballet cósmico que nos rodea, como pretendemos exhalar una idea coherente acerca de lo ominoso del sentido de nuestra existencia o la razón de nuestra perseverancia. Nadie sabe a excepción de Dios la razón exacta de nuestro paso por este mundo, y nadie más que Él decide cuando y donde acabarán nuestros desvaríos. Pero mientras, es urgente dejar de magullar nuestras supuestas desventuras, renunciar al efervescente placer de ahondar nuestras diferencias; es decir, ponernos a dieta de chismes y contiendas, y hacernos cargo de la trascendental objeción a nuestra inmortalidad; nuestra propia necesidad de autodestrucción.
Deberíamos dejar de esperar y empezar a hacer, buscar las salidas y disfrutar de los laberintos, aprender a reír porque ya lloraste lo suficiente, dejar de preguntarte ¿por qué? buscarle un sentido y dominar el ¿cómo? Quizá si nos damos cuenta de que nuestro destino nos pertenece entenderíamos que cada obstáculo implica una enseñanza y podríamos aprovechar las dudas para saber que cualquier cosa es posible, lo importante no es intentar sino lograrlo.
Y si necesitas un final que justifique tu comienzo, recuerda que este año viejo está exhalando sus últimos estertores y que ya mismo es primero de enero. Así que deja de preocuparte y ocúpate, vive el presente porque el pasado ya fue y el futuro aún no llega; entonces sólo tenemos un segundo, ESTE SEGUNDO, lo demás es historia o fantasía. Ahora, en este instante, cierra los ojos e imagina tu vida tal como la deseas, despierta, sonríe y escoge ser feliz; porque si te decides el primer día del resto de tu vida, podría ser HOY.
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