AY MAMÁ MIRA ESTA MARÍA, SIEMPRE TRAE LA LECHE MUY FRIA… AY MAMÁ ME DUELE EL DIENTE, ESTA LECHE ESTÁ CALIENTE…
Descontento, estrés, depresión, neurosis, ansiedad, ataques de pánico, comedores compulsivos, adictos a las compras, infidelidad, monogamia serial (es decir, tener una pareja tras otra sin formalizar con ninguna persona pero sin ser teóricamente infieles), síndrome de abandono y algunos otros pseudo-demonios de la era moderna son si apenas síntomas de un malestar generalizado; la insatisfacción crónica.
¿Será que en esta era y en este instante la verdadera crisis nace de haber perdido en sentido de nuestra propia vida?
Charles Melman, un Psicoanalista y Filosofo de la Postmodernidad, dice que -Existe un nuevo tipo de derecho que está comenzando a emerger, y que es el derecho a la satisfacción personal- y es que la tan mentada y mal ponderada postmodernidad ha traído consigo no sólo la caducidad de los paradigmas políticos que sostuvieron el tono de la pugna política y económica internacional, sino que además el mundo ha dejado de debatir entre opuestos, lo blanco y lo negro, comunismo y capitalismo, prohibición y legitimidad, entre otras disparidades se confunden y conjugan para invitarnos a explorar el inmenso medio grisáceo en el cual se desarrolla la cotidianidad mundial. Esta reflexión de Melman podría incluso explicar la angustia existencialista que nace de estar viviendo una era en la cual la prohibición ha relegado sus cadenas para flexibilizar los principios y parcializar las leyes.
Hemos entrado en una época pansexualista de la existencia y de los lenguajes. En palabras del famoso cantautor Facundo Cabral, “todo se anuncia con el culo”. La nueva propuesta de lo que significa ser exitosos y que nos obliga a consumir ad infinitum y ad nauseaum, también excita nuestros sentidos para reflejarnos profundamente humanos, completamente sexuales, permanentemente cansados y crónicamente insatisfechos. Con el eslogan de “un mundo sin límites” derriban casi todo recuerdo de restricción para hacer prescribir la mayor parte de transgresiones, en especial las que se refieren a la satisfacción de los deseos. Un panfleto nos llega pegado al parabrisas para llamarnos al espacio del “all you can eat”, mientras que la televisión, la radio, el cine, el Internet y los demás medios de comunicación nos atiborran de información que rara vez permite algún paso por lo simbólico. Atados al campo de los imaginarios, nos dejamos llenar de promesas de realización personal instantánea, vida eterna gratuita, sexo brutal con orgasmos perpetuos y otras patrañas que consiguen si apenas rodear nuestro vacío existencial.
La insoportable; ¡perdón! quise decir, la ahora inevitable levedad del ser nos acosa imponente, imperturbable, insaciable e inamovible, solo que por hoy prefiere esconderse tras la fantasía de una isla donde todo deseo puede convertirse en algo supuestamente real y dolorosamente insuficiente.
Allá a lo lejos vamos dejando las preguntas por el sentido de la existencia para convertirnos en habitantes de un mundo que más globalizado podría describirse como homogenizado por una población de consumidores sumisos y esclavos voluntarios de la moda, la tendencia, la vanguardia, la popularidad o la superabundancia, fieles devotos de la creencia de que el dinero efectivamente hace la felicidad y donde las necesidades son creadas artificialmente con el único fin de asegurar los porcentajes de ganancia y los márgenes de rentabilidad.
Bien dice Melman que -El mercado se ha transformado en nuestro banco de locura- y nosotros terminaremos por mutar en lo que él describe como “esclavos ciegos” del objeto, portadores de los privilegios de una nueva moral en la que lo único importante sería el sagrado “derecho de cada uno a realizar su plena satisfacción”, total, como decía una amiga: - Yo sé que mis derechos terminan donde comienzan los de los demás, pero, ¿Qué culpa tengo yo de que los derechos del resto comiencen tan lejos?-
Y mientras tanto nos seguimos alejando del colectivo familiar y social, renegamos de las relaciones cara a cara para internarnos en el ciberespacio de las comunidades virtuales. Es allí que podemos dar rienda suelta a nuestra búsqueda de amistad, amor, intimidad o incluso identidad. Incapaces de comprometernos con la menor de las causas, nos encerramos a solas para conectarnos con el mundo, seguros de que bastaría con un clic para recuperar aquella tan preciada libertad que lo único que nos sirve es para darle la vuelta a la ausencia y entregarnos a un placer en presentación individual, personalizada y descartable.
-Ya no interesa más el sujeto- nos advierte Melman y es que la subjetividad se ha convertido en una especie en extinción. Es necesario adaptarse, encajar, vestirse como el resto, hablar como todos, y desear en exceso, querer de todo e intentarlo todo, hasta lo inútil. La poca profundidad de la cosmovisión actual amenaza con convertir a los sujetos en una masa deseante de cuerpos sin diferencia y meditaciones sin incertidumbre. No es que el sentido de la existencia haya dejado de ser una pregunta importante, es solo que ya no parece serlo cuando ensimismados apenas si nos percatamos de que aún no hemos podido encontrarlo porque ahora tenemos los brazos llenos de miles de cosas, artículos y mercancías que parecen transfigurarse en amuletos mágicos que nos hipnotizan con promesas de felicidad absoluta pero fugaz y encima ficticia.
En palabras de Melman:
“Antes uno iba al psicoanalista porque estaba neurotizado, es decir porque existían prohibiciones para vivir un deseo que era personal. Hoy en día los jóvenes siguen yendo al psicoanalista pero cada vez me asombro más al verlos venir. ¿Por qué lo hacen? Es fácil: quieren saber lo que desean, cuál es el deseo de ellos mismos, el propio. Es decir, ya no se trata de levantar una prohibición, sino de descubrir lo que quieren en la vida”
Nada
Hace 14 años
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