lunes, 8 de marzo de 2010

LA CONSTRUCCIÓN DE LA FEMINIDAD LA POSTMODERNIDAD.

“Agnes Meller se quejó una vez de que al ser mujer, húngara, judía, americana y filósofa, tenía que cargar con demasiadas identidades para una sola persona” (Bauman, 2005:35)


Hasta el siglo anterior, la mujer era negada en su feminidad, las mujeres eran cosificadas, anuladas como seres humanos y cosificadas para ser traspasadas como propiedad privada del padre al esposo. Despojadas así de todo criterio y deseo propio, todo rastro de inteligencia, discernimiento y fortaleza era considerado una desventaja e incluso un karma que les obligaba a obturar su producción emocional e intelectual y abstenerse de emitir opinión propia o elaborar ideal alguna.

En la historia de Inglaterra del profesor Trevelyan se escribió lo siguiente: “El pegar a su mujer era un derecho reconocido del hombre y lo practicaban sin avergonzarse tanto las clases altas como las bajas. La hija que se negaba a casarse con el caballero que sus padres habían elegido para ella se exponía a que la encerraran con llave, la pegaran y la zarandearan por la habitación, sin que la opinión publica se escandalizara” Aunque las mujeres pudieran elegir, los hombres las tenían como su propiedad. La libertad de una mujer en el siglo XVI la hubiese matado: “Esta mujer, pues, nacida en el siglo dieciséis con talento para la poesía era una mujer desgraciada, una mujer que lucha contra sí misma” El mundo les dice a ellas, escribir? Para qué quieres escribir? La mujer más dotada era inferior al hombre menos dotado. Los genios son los que no han tenido ningún obstáculo en la vida, y éstos han sido hombres: “Si ha habido jamás alguna mente incandescente, que no conociera los obstáculos, pensé, mirando de nuevo los estantes, ha sido la mente de Shakespeare”. (ALVAREZ, 2005:7)

De esta primera identidad impuesta y coercitiva, que mata, asesina, lapida a sus víctimas y las acecha escondiéndose tras la excusa de proteger al supuesto sexo débil, incluso de sí mismo; nacieron una serie de mecanismos de crueldad y aniquilación de la libertad y humanidad de las mujeres. Las matronas se convirtieron en brujas, las poetas en meretrices, las escritoras en perturbadas y las sensuales en prostitutas. Y sin embargo, de esta discriminación surge por reacción una mujer, aquella que se atrevió a desafiar el sistema y liberarse de la etiqueta de propiedad del hombre para constituirse en inventora de su propio destino. Una, digo, en sentido metafórico, puesto que fueron algunas, entre ellas George Sand, quien tomó no solo el castigo sino la condena de cambiar su nombre por uno masculino, como una decisión propia y redentora de su individualidad. No sólo se llamaba como un hombre, se vestía como uno y hacía uso del libre albedrío para entrar a bibliotecas, escribir, opinar, pensar y escoger sus amantes así como desecharlos en función de sus propias y volubles emociones.
Cabe mencionar así mismo a Manuelita Sáenz, la libertadora del libertador, quién para hacerlo tuvo primero que liberarse a sí misma. Rebelde y porfiada, se escapó del convento donde la confinaron por sus escándalos con el libertador, para demostrarle al mundo que ella era de Simón como él mismo era de ella. Manuelita dejó a su esposo, su familia, su vida en la sociedad y su lugar en los tés de señoras de alcurnia, para seguir más que al hombre, a sus propios ideales, estratega como el mejor de los generales, perfiló su vida para inventarse un nombre propio, negándose a ser el apéndice de nadie, ni siquiera de Simón.

Muchas otras, y grandes mujeres gestaron el cambio y conquistaron su derecho a la autonomización y el lenguaje propio, al voto electoral y a la educación, incluso lograron que la iglesia, en un acto de reforma reconociera, hace alrededor de un siglo, que las mujeres tenemos alma. Todo esto gestado valiéndose no solo de la racionalidad, el talento, la sensibilidad, la inteligencia o las emociones, sino a veces, con la propia vida como en el caso de Dolores Veintimilla de Galindo, Virginia Wolf y otras.

Llegamos entonces a la era moderna, la era de los “ismos” y de la industrialización. El feminismo surge como un movimiento agresivo del negar lo anterior, destrozar al opresor y aniquilar al enemigo, mejor llamado “hombre”. La modernidad y la liberación femenina obliga a que las mujeres se construyan en función de negar al hombre, la mujer debía separarse de todo estereotipo de debilidad, fragilidad, belleza, emotividad y delicadeza que hubiese sido impuesta por el macho dominante.

La feminidad era definida por el feminismo, la totalidad gobernaba la conciencia exigiendo que las mujeres se estructuren en directa oposición a los hombres, exactamente en contradicción con el machismo y en perjuicio de la humanidad, de la cultura escindida y cercenada, victima de una lógica matemática aplastante donde el hombre y la mujer se negaban el uno al otro sin que exista siquiera la posibilidad de un punto medio que los configure, más allá de la diferencia de los sexos, como seres humanos. Este posicionamiento feminista extremo hizo que surgieran varios querellantes, entre éstos vale mencionar a Judith Butler:

Sus críticas más fuertes fueron desde un principio dirigidas a ese feminismo tradicional que pretende hablar en nombre de un universal de las mujeres, así las “relaciones de género” y desconociendo las diferentes alineaciones de las mujeres en virtud de otras distinciones no reabsorbidas en la presunta “condición femenina”: distinciones de raza, de clase social, de preferencias sexuales, etc. Esta sustancialización del género llevaría a una coagulación de las identidades que paralizaría más de lo que estimularía las reivindicaciones de las mujeres. Esta negativa a reconocer la universalidad del campo la aproximaría a la afirmación lacaniana de que La Mujer no existe. Butler agregaría que La Mujer es un invento de la sociedad heterosexista. (Braunstein, 2005:1)


En medio de este levantamiento violento, las feministas toman por la fuerza el control de sus vidas y de sus espacios, desechan brassieres y maquillaje en un intento por definirse en lo opuesto a lo esperado. Se condena al amor para exaltar al sexo indiscriminado y sin vínculo afectivo que las capture. Empieza la batalla de los sexos y las mujeres se lanzan en una lucha sin cuartel en pos de demostrarle al mundo que no necesitan de los hombres para nada, que la masculinidad es en esencia el demonio del machismo y los hombres deben ser aplastados, vencidos, humillados y desplazados a otro orden, donde exilados del mundo purguen la culpa de sus prejuiciosos y discriminantes antepasados.

Men are nicotine-soaked, beer-besmirched, whisky-greased, red-eyed devils (Mary Wilson Little), All men are not slimy warthogs. Some men are silly giraffes, some woebegone puppies, some insecure frogs. But if one is not careful, those slimy warthogs can ruin it for all the others (Cynthia Heimel), The male is a domestic animal which, if treated with firmness and kindness, can be trained to do most things (Jilly Cooper), I have had my belly full of great men (forgive me the expression). I quite like to read about them in the pages of Plutarc, where they don’t outrage humanity. Lets us see them carved in marble or in bronze, and hear no more about them. In real life they are nasty creatures, persecutors, temperamental, despotic, bitter and suspicious (George Sand), All men would be tyrants if they could … that your sex are naturally tyrannical is a truth so thoroughly established as to admit of no dispute (Abigail Adams) (ADAMS, 1994)

Pese a la hostilidad y en medio de esta euforia de anti-dependencia todavía existe lo impugnado, la feminidad que se construye rebelándose al machismo, lo perenniza y lo llama a escena para ser el regulador de los parámetros a seguirse en contrariedad a este, se perpetúa la dependencia de los hombres, aunque esta fuera una anti-dependencia que niega todo lo que el machismo afirma. No eras mujer sino, rechazando, desmintiendo e impugnado lo que los hombres concebían como feminidad.

Y sin embargo, la postmodernidad y la crisis de los compromisos a largo plazo hicieron que todas estas certezas fueran puestas en duda y que los dogmas, en este caso los paradigmas del feminismo, se tornaran en interrogaciones.

Butler está de acuerdo en que la feminidad es un proceso inalcanzable de construcción de una identidad dependiente de valores ajenos a cada una de las mujeres y que es posible por lo tanto un proceso de “reconstrucción” de esa identidad así forjada. ¿Cómo se llega a ser mujer? (Braunstein, 2005:2)

La caducidad del mundo, el carácter discreto de los decires y la cotidianidad disolvieron el odio de estas feministas enardecidas por la crueldad de sus padres y sus abuelos, y una vez que hubieron recuperado la noche, llegaron a casa para encontrar que la noche no es noche sin el día, como la luz surge de la oscuridad y se esconde entre las sombras para delinear los hilos de las formas.


No somos seres sociales, sujetos sexuados sin la diferencia de los sexos, es necesario asumirse en la diferencia diferente, alienarse a la falta y posicionarse desde lo femenino y lo masculino para construir una pareja e implicarse en una relación amorosa, formar una familia o ser parte de la sociedad.

“No necesito odiar a ningún hombre; no puede herirme. No necesito halagar a ningún hombre, no tiene nada que darme” Para comenzar a liberarse de esta negación, las mujeres deberán dejar de ser el sexo protegido: “Dentro de cien años, pensé llegando a la puerta de mi casa, las mujeres habrán dejado de ser el sexo protegido. Lógicamente, tomarán parte en todas las actividades y esfuerzos que antes les eran prohibidos. La niñera repartirá carbón. La tendera conducirá una locomotora. Todas las suposiciones fundadas en hechos observados cuando las mujeres eran el sexo protegido habrán desaparecido”.(ALVAREZ, 2005:6, 7)

La auto-afirmación aparece como la evolución lógica, apegada a la filosofía Heideggeriana que rebasa la post modernidad para decirnos de un ser humano construido en la diferencia, sujeto al lenguaje, contingente y temporal. Caminamos hacia el derrotero de las totalidades para renacer en la particularidad de las concepciones propias, nos hablamos y lenguajeamos en un tiempo y un espacio que caducan, se desdicen y se contradicen para significarnos de manera diferente a cada uno y en cada instante.

La tarea de armar la propia identidad, de hacerla coherente y presentarla ante el público para su aprobación, requiere la concentración de toda una vida, vigilancia continua, un enorme y creciente volumen de recursos y un esfuerzo incesante sin esperanza de tregua. (Bauman, 2005:175)

La feminidad deja de ser un estigma, cosificación utilitaria de la mujer como un bien de consumo del hombre, caduca el fundamentalismo feminista que pretende hacer amazonas castradoras y asesinas de hombres de todas las mujeres. La feminidad va más allá, debe ir, solo al construirnos como personas, como sujetos al lenguaje y del lenguaje podemos ser mujeres diferentes de los hombres y de otras mujeres, la feminidad no es lo opuesto a la masculinidad, es una singularidad diferente.

A la luz del descubrimiento lacaniano en los años 70’s de esta nueva sustancia, el goce de la mujer, del sexo que es Otro (Otro que el fálico), es que replanteamos la concepción misma de la perversión: la perversión consiste en la convicción de que sólo hay un goce: el goce fálico. Perverso es, en nuestra concepción, todo desconocimiento del goce femenino. (Braunstein, 2005:2)

No necesitamos de un hombre que nos haga mujeres, ni de un hombre que odiado nos otorgue el derecho a la feminidad; ser mujer es mucho más que eso. La diferencia de los sexos nos hace complementarios, e indispensable para la sobrevivencia e incluso para la existencia.


Cada una de nosotras somos una totalidad, un ser completo y diferenciado, un significante que se significa en su propia relación con el significante, la ley y la falta, no sólo los hombres son sujetos por herencia del Padre muerto, también las mujeres necesitamos asesinar al Padre para instaurar la ley y sujetarnos a la tachadura para ser hablantes, sujetos del lenguaje.

Tanto hombre como mujer, nos reclamamos y preformamos el uno al otro, no como contrarios, opuestos o enemigos, ni siquiera como complementarios en la existencia, sino como contingentes en el camino de la vida y en la estructura del lenguaje.

Para la inmensa mayoría de los hablantes, la cuestión del sexo es el objeto, el objeto privilegiado incluso, de una demanda hecha al otro para que ratifique o cuestione la posición sexuada del que habla. Muchos análisis están centrados casi íntegramente alrededor de la pregunta de ¿quién soy? en el campo de la división sexuada, ¿soy lo suficientemente….hombre/mujer? (Braunstein, 2005:2)

Nos hablamos el uno al otro como nos lenguajeamos a nosotros mismos, determinando la totalidad de nuestro singular sentido como aquello que nos significa en el après-coup de la relación entre significantes. Mujeres sin serlo sino en el instante de auto nombrarnos como tales enredadas en las redes del discurso, para seguir intentando construir sentidos a nuestra propia, otra y particular definición de lo que es ser mujer para cada una de nosotras. Existimos en la pregunta por la existencia, al igual que somos y nos proclamamos mujeres en la interrogante que nos remite a los sentidos de la feminidad que explica el carácter de único e irrepetible de ser nada menos que toda una mujer en un tiempo y espacio determinados.

Podríamos decir, parafraseando a Jean-Paul Sastre, que haber nacido mujer no es suficiente para convertirnos en mujeres. (…) La identidad no se considera como un factor inmutable, sino más bien como algo en marcha, como un proceso. Una buena salida de la jaula de la identidad. (Bauman, 2005:177)

(Tomado del Ensayo "Identidad en la Postmodernidad" por Irina Moncayo, 2006)